viernes, 29 de septiembre de 2017

En el vértigo del 1O



Llegados a este punto necesito decir lo que pienso guste o no, y que mi silencio no pueda leerse como cómplice de posturas ajenas a la mía.
A ver si puedo resumirlo. Mi España no es la de la cerrazón de Rajoy ni la de jaleamiento a los Guardias Civiles; pero mi Catalunya tampoco es la del relato en que Puigdemont y los mossos son erigidos en héroes. Parece que alguien ha estado interesado en que se creen bandos, en polarizar posturas, que se retroalimentan una a la otra, e invisibilizar la escala de grises. No creo que las opciones políticas respondan solo a ideas racionales. También apelan al corazón, a una identificación que apenas podemos describir, que apenas sabemos a qué responde y que no podemos intercambiar fácilmente, ni convencer de ello a nadie ni dejarnos convencer de ello. Al menos en cuanto a mí se refiere, mi identidad es múltiple. Y responde a parámetros culturales, paisajísiticos, emotivos. Mi España es la del Quijote, la del Lazarillo. La de Javier Marías. La de Javier Krahe. La de Martirio. La de Aute. La de Almudena Grandes. La de Carmen Martín Gaite. La del Museo del Prado, la del río Ebro y el Duero. La de mi familia aragonesa y madrileña. Todo eso forma parte de mí. Como forman parte también Dalí y Cadaqués, Gabriel Ferrater, Palau i Fabre, Serrat, Maria del Mar Bonet, Albert Pla, Mercè Rodoreda o el Tricicle. El Segre. El Montseny. La Costa Brava. El CCCB, el Macba. El Museo de Figueras. Y todo el abanico de mi familia catalana. No puedo estar alegre pues ante la posibilidad de desprenderme de una parte de mi identidad. Lo que quisiera es agregar identidades, no desgajarme de ellas. Ser un poco francesa, algo irlandesa, por ejemplo. Pero dejar de ser, que queréis que os diga, no me ilusiona.
Puedo entender que a algunos sí que os ilusione distinguiros de España. Si os sentís decepcionados por el trato del gobierno central, o bien no podéis identificaros con sus tierras o su cultura y os resulta una losa para emprender otro camino. Que hayáis focalizado en esa idea las ilusiones de construir algo nuevo, más allá de la crisis y la corrupción, diferente en todos los sentidos. Además estos días la política española (si se le puede llamar así ) ha sido tan sumamente represiva hasta lo macarrónico que precisamente no incita a seguir a su lado. A priori parece tan fácil, ¿verdad? Si el pueblo pide referéndum, ¿por qué no pactar un referéndum y acordar las condiciones para que esté bien hecho y que mande la mayoría y se decida lo más conveniente? Personalmente me convencería más que no solo fuera una cuestión catalana, sino que todo sirviera para remover el inmovilismo español y romper la baraja de la España de la Transición: que pudieran orquestarse diversas repúblicas confederadas entre sí. Pero el centralismo ha ofrecido tan pocas salidas que solo ha hecho que avivar el fuego de la separación. Y si eso es así, habría que haber ofrecido la posibilidad de un referéndum de verdad, no de pa sucat amb oli. El referéndum ha sido tan reprimido que ha acabado estallando en este sucedáneo de referéndum. Una especie de conglomerado de ilusiones, un símbolo revolucionario para muchos y también una huida hacia adelante, pase lo que pase.
Pero después de todo, ahora siento que estamos en un callejón sin salida. Y temo que el conflicto se catapulte o bien se enquiste y se haga más grande, si no hay una auténtica voluntad de cohesión y entendimiento por parte de todos, los políticos y los ciudadanos. El referéndum está muy movilizado hacia el sí, es indudable, y resulta tan loable como incómodo para algunos que se dé por supuesta una sola dirección de pensamiento. Bien es cierto que en vez de diálogo por parte del gobierno central solo se ha ofrecido una retrógrada e incapaz mano dura. Cómo no voy a defender el derecho a opinar y no voy a admirar la energía combativa de la gente en la calle. Me enorgullece la valentía, el arrojo, el pacifismo del pueblo catalán del que formo parte. Pero el derecho a opinar también es válido para los que no estamos en la onda mainstream de esta hora complicada. Y por eso me atrevo a escribir estas líneas.
Compañeros, amigos, siento que estamos en una cuerda floja. Pero no tenemos que dejar vencernos por el miedo al otro ni buscar al enemigo entre nosotros. No sé si acudir o no a votar este domingo, por muchas razones. Pero lo que quisiera con más urgencia que la independencia es diálogo político auténtico. Dialogo humano. Respeto. Y poder creer de buena fe que pase lo que pase el futuro será mejor, que estará orquestado mejor, y no que cambiará de dueños pero que seguirá con las mismas desigualdades y atropellos.
Bon futur i bona democràcia a tots!