miércoles, 28 de diciembre de 2016

Elogios al segundo hijo


Del primer hijo se han dicho muchas cosas. Cuando nace el primer hijo es como una epifanía, la visión del mundo se abre como un arco-iris y a la vez se cierra sobre sí misma. Redescubres tu ritmo cotidiano; las calles que rodean tu casa; la intensidad de lo minúsculo; la maravilla de lo que cada día es igual y a la vez diferente; de lo que crece, de lo que mira, de lo que es. No es que dejen de interesarte el resto de cosas, es que cobran una importancia secundaria, como el fondo del cuadro donde el primer plano es otro y ya para siempre; el fondo será más o menos agradable pero sus fluctuaciones ya no podrán arrebatarte el humor que sí tambalea cuando tu hijo está enfermo o cuando dudas de si lo que haces es correcto o cuando tienes un arrebato de agotamiento.

Cuando tienes el segundo, te alertan con los clásicos adagios "No lo vivirás como el primero". "Ahora vas a ver lo que es tener trabajo" y, el peor tópico, "Ahora vas a destronar el primero... se le acabó la buena vida... Ya verás qué difícil manejar los celos." Pero, pese a tantos infernales adagios, similares en siniestro a los que oías cuando esperabas el primero aunque en otra escala ("Ya verás lo que te espera", "Olvídate de pensar nunca más en ti", etcétera) te decides a tener un segundo. Fundamentalmente porque no concibes dejar a tu amado hijo sin paralelo el resto de su vida, sin alguien en quien mirarse, sin alguien con quien aliarse que esté siempre presente. Ahora bien, la gran duda no te la quitas de encima. Me estaré equivocando. Voy a relegar para siempre al mayor a la posición de secundón. Voy a acabar con este maravilloso idilio por una idea preconcebida de lo que es una familia. El primero me salió bueno y el segundo me va a amargar la vida o va a romper el equilibrio de la familia.
Te decides pese a todo. Nace tu hijo y ves a tu primero que va adaptándose a tomar otras posiciones, no siempre a estar enganchado a tu abrazo; ves cómo mira con ternura al bebé, a "su" bebé, o "nuestro" bebé, y que lo va entendiendo como algo que nos pertenece a todos, que todos cuidamos y protegemos. Observas como el amor inmenso que te unía con ese hijo no se difumina, se hace más fuerte y desarrolla otras caras que lo hacen más maduro.
En cuanto al bebé, primero te conformas con ver que "es bueno", no te da demasiada guerra, se adapta pronto a la familia; convive pacíficamente en algún lugar de la casa mientras seguís vuestro ritmo; a veces hasta te olvidas de que está ahí.
Al principio te conformas con comprobar que no se cumplen nunguno de tus peores escenarios: tu familia sigue unida y la vida continúa. El recién nacido no te ha arrebatado a tu hijo, ni tampoco a tu marido; no siempre puedes estar con ellos pero sabes que siguen ahí como rocas inmunes a la corriente.
Luego pasa el tiempo. Cada vez asimilas más que sois cuatro y no tres de manera ya irremisible. Y cuando el pequeño empieza a hablar, a moverse, a mostrar su personalidad, poco a poco te vas haciendo consciente de que tu hijo pequeño no te ha quitado nada absolutamente (más  allá de unas horas menos de sueño para lo que ya estabas concienciado.) sino que te ha dado, que os ha dado a todos.
Su manera de decirte estoy aquí ha logrado que aprendas a ser más consciente de todo tu entorno y puedas multiplicar tu atención. Tu capacidad de dispersión concentrada aumentará hasta niveles impensables, y podrás aplicarla a cualquier otra situación, hasta a tus hobbies y tu trabajo. Sus pequeñas travesuras introducen una nota de humor constante a la familia, y el simple recordar su rostro te hará sonreír siempre. Su presencia hace al mayor más generoso, al padre más atento, a la madre más flexible.
El hermano pequeño sabe esperar su turno. Sabe observar bien a su familia, imitarlos en lo que le parece interesante, burlarse de sus seriedades absurdas. Ese bebé nos acompaña a todas partes; nos recuerda que somos frágiles, con sus ojos da continuidad a la aventura para que se sigan abriendo cada día puertas a lo nuevo.
El pequeño tiene claro lo que es importante y lo que no, y te lo enseña. Da igual a qué hora comamos o durmamos o si tenemos más o menos artilugios de los que recomiendan para cada edad o si visitamos más o menos sitios nuevos. La vida pasa rápida como un vendabal, muchas cosas se olvidan y no hay tiempo de grandes trascendencias en la observación del bebé, ni siquiera planear demasiado cómo querrás cuidarlo, a qué querrás jugar. Él sabrá indicaros a qué jugar, cómo querrá que le cuidéis. Él sabrá sacar provecho a cada situación. Y manifestar su alegría cuando estáis todos juntos y en casa. Porque él sabe lo que todos habéis aprendido con él:  que lo importante, lo único verdaderamente importante es estar juntos, y vivir y disfrutarlo.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Narrativas viejísimas




He tenido la suerte de participar en este libro de relatos, que gira en torno al tema de la mayoría de edad. A raíz del decimoctavo aniversario de la editorial Reservoir Books, nos pedían que escribiéramos sobre el paso de la adolescencia a la edad adulta. Aceptamos el reto, entre el vértigo y el apremio. Cada uno (sin saber ni quiénes eran los "otros") enfocó el tema según su óptica y su estilo particular. Y no ha sido sino hasta ahora que hemos tenido la ocasión de leer el conjunto de relatos en torno a los cuales se ubica el propio. Ha sido una experiencia fascinante. La verdad que entre todos se abre un mapa caleidoscópico que concentra las posibles vivencias que caben en la adolescencia y en la manera de verla o vivirla desde una cierta distancia temporal. Me ha hecho especial ilusión leer tantos tonos y registros diversos del mío y que entre todos formemos una suerte de totalidad.
Me gustaría transmitiros una brizna de las visiones diversas que aguardan en este libro, sin otra pretensión que ser una invitación a la lectura, que creo muy recomendable, y no lo digo por afán de dar a conocer mi modesto relato, sino por todas las gratas sorpresas que he hallado. Los comento en orden en que aparecen, orden que me parece un gran acierto, y en grupos de tres, ya que me plantean ciertas afinidades estos tres bloques.
Los tres primeros relatos son tan concretos como evocadores, desde una primera persona que parece hacernos navegar en la órbita de la autoficción. Para algunos la adolescencia supone un espacio donde gobiernan otras reglas, una comunidad secreta, como vemos en el  relato de Ana Llurba, "La vida eterna", un espacio transido de transgresión y complicidades que se sostienen al filo del abismo entre dos chicas. Bea Barco enfoca la adolescencia desde la memoria familiar y el diálogo intergeneracional. "Lo que sé de Antonio Martín", personaje oculto en los meandros del pasado de la abuela, nos brinda un intenso y lírico relato que nos traerá al palador el sabor agridulce de los secretos de familia. "Mala Straná", por otro lado, de Carlos Robles Lucena, a través de una misteriosa carta nos sumerge en una atmósfera fantasmagórica donde amor, muerte, aventura van a la zaga por las calles de Praga; una zozobra que nos acompaña a lo largo del relato y que no nos abandonará hasta el final, donde al fin entendermos.
El siguiente grupo de tres tienen en común una suerte de inmediatez, de redondez en su planteamiento. No todos están escritos en presente pero sí plantean existencias muy definidas. Franco Chiaravalloti trenza un feroz retrato de una joven  zaragozana que se construye a sí misma por las inhóspitas calles y trabajos precarios de la capital inglesa. "Mancha" dibuja con acierto el paralelismo entre la geografía de la ciudad y el alma de la protagonista. Lolita Copacabana, en "Hasta que se enfríen un poco las cosas", plantea una adolescencia desde el presente asfixiante de una postura acomodada y frívola, a lo Breat Easton Ellis,  y hace de su personaje una voz provocadora  en su afán de disfrutar a costa de todo y a caballo entre la indiferencia y la madurez. Pía Sommer en "Todos contra el muro o volver a los diecisiete" da otro cariz al asunto, y, desde un sugerente diario de viaje, nos propone el afán de viaje como aventura vital y política solo apta para un momento de la vida donde las ilusiones y fuerzas son propicias.
Los tres últimos textos plantean relatos donde hay varios tiempos o varios niveles narrativos. Así, el de Jorge Benítez "Segunda temporada en el infierno" supone una divertísima indagación sobre la adolescencia de Rimbaud, e incluye también una divagación sobre quién o cómo podría ser un Rimbaud hoy en Barcelona. De mi relato "No quería dormir" no hablaré mucho pero sí avanzo que constituye una reflexión sobre la adolescencia vista desde el presente de la maternidad y como un vaivén de tiempos y de emociones. Para acabar, Fede Durán trenza una original fábula, "Todos los árboles del mundo", sobre la búsqueda de la madurez desde la postura excéntrica de un joven judío que tiene el don de convertir en realidad todo lo que dibuja.

En fin, en "Nueve relatos viejísimos sobre la mayoría de edad" podréis viajar al planeta de la adolescencia a través de evocaciones que os resulten muy cercanas y lejanas a la vez. Buen viaje.