sábado, 2 de septiembre de 2023

Septiembre: huellas incompletas de lugares y libros







 Ayer hablaba con una amiga sobre la necesidad que tenemos de documentar todo lo vivido, algo que se puede hacer angustioso debido a la capacidad infinita que nos da la tecnología para almacenar fotos, archivos, listas... Sin embargo, no sé qué es más angustioso, si la sensación de haber dejado de almacenar algo precioso que se podría olvidar o la de haberse limitado a guardar algo que nunca habrá tiempo de procesar, sin haberse parado a darle un sentido. (Ahora recordaba que de ello hablaba Patricia López-Gay en "Archivo y narraciones de vida"; delante de esta "fiebre de archivo", cómo uno puede intentar reflejar la realidad o más bien, mostrar las fallas en la persecución de la misma, como hace la mejor autoficción).


En fin, hoy no quería teorizar sino trenzar un relato sobre lecturas y lugares en homenaje a este mes de septiembre, mes siempre extraño y agridulce, mes lindar, mes frontera entre el espacio libre del yo y y el espacio condicionado, entre tiempos extensivos y tiempos intensivos.  (Los nacidos en septiembre y su ambivalencia sabemos bien del contraste entre el deseo de organización racional y el de que el verano sin pauta rayada no acabe nunca...). Un tiempo, en fin, al que cuesta a veces darle un sentido que sea plurisignificante, que englobe el antes y el después, el ciclo dejado atrás y el que empieza, en el justo equilibrio presente, en la tensión exacta lejos del excesivo amodorramiento o la ansiedad paralizadora. 

Y pensaba que si quiero documentar este verano sin ser demasiado autobiográfica pero lo bastante fiel a mi experiencia específica del mundo, desde su irremediable fragmentariedad, lo mejor podría ser transmitir las lecturas con relación a los lugares y situaciones de lectura.

Por ejemplo, mis lecturas de poesía constituyen recuerdos vívidos y siempre en tránsito (ya no leo poesía dentro de casa pero sí fuera). Por ejemplo, disfruté mucho "Mecánica" de Vicente Luis Mora, que crea una lógica que da sentido a nuestra extraña vida de seres en carne y huesos en el siglo XXI: un libro tan impersonal como profundamente humano, entre la física, la filosofía y la contemplación que me reconcilió con los primeros tramos de vacaciones y verde. 



 Uno puede decirse fácilmente con el poeta que "lo más grande que hemos hecho / es comprender / cuán diminutos somos" o "Siento bajo los pies el musgo fresco / de la nada más pura". Y por encima de ello entender "que la mirada es lanzar "ondas de dudas sobre las cosas / y  de deseo sobre las personas", "la indeterminación del universo / sobre la cabeza / la incertidumbre en el corazón." 

Por cierto, ahora que pienso, empecé "Mecánica" en un recodo del Pirineo mientras cogía una fiebre galopante, continué leyéndolo a trozos en ruta, junto a un lago, y lo terminé felizmente ya curada del todo en el parque de Belleville, París, mientras escuchaba a un guitarrista practicando estándards de jazz a mi lado y mi familia al lado también se detenía en un benéfico interludio. 






Tuve también la suerte de caer en los brazos (páginas) de las "Elegía de Dunio" de Rilke durante momentos robados a la road trip en su fase berlinesa y el ritmo de los versos de Rilke se reflejan ahora por el verde de un parque de Potsdam mientras corría a primera hora de la mañana, con la ciudad aún casi dormida (desvelada por la luz repentina y súbita de la mañana berlinesa):



Sus palabras todavía son un eco de mis pasos, que dibujaban el puente tenue entre el yo y el nosotros:

"Pero a los amantes la agotada naturaleza acoge de nuevo / hacia sí misma, como si no existiesen dos veces las / fuerzas / para realizarlo".  

"Pues nosotros, donde sentimos, nos desvanecemos; ah, nos disipamos en expiración", 

"lo bello no es más / que el inicio de lo terrible, que todavía apenas / soportamos."


En otro momento del verano leí durante un largo trayecto en bus "Rumor Eco Así Tú", una de mis hijas dormida en cada uno de mis hombros: recreación de la ausencia del ser amado (por muerte prematura) desde la radical vitalidad que se desprende del mar y de la naturaleza. 

Un libro simplemente inspirador, en el modo de aunar poesía y prosa, música y mirada, "Hay que abogar por el lenguaje de la música, el lenguaje del canto, de la poesía o de la mirada. (...) Ya me lo decías tú: el lenguaje del cuerpo dice más que el lenguaje verbal ... Y si no tuvieras palabras, tengo los modos, los tonos de tu ser."





Me ha costado un poco más acceder de nuevo a la lectura devoradora de novelas, tal era la extenuación con la que acabé el curso. Pude lograr reconectarme un poco con "Los vencejos" de Aramburu: su fatalismo, paradójicamente, logró animarme a avanzar entre las páginas.

Era el único tono que me hacía reír, como si tomara toda mi pesadumbre reciente y al llevarla a la hipérbole pudiera trascenderla. Tengo amigos y amigas que me han hablado bien y mal de esta novela: pues bien, ha sido un (largo) compañero de viaje durante este verano, que a veces me consolaba, provocaba y hacía reír, otras me fatigaba con tanta impostura... Después de leerla en varios tiempos, de abandonarla en momentos de tránsito, la acabé con mucho gusto en unos días fabulosos en el pueblo de mi abuelo, tan rodeada de amistad y el sosiego que da lo repetido que reí mucho con las últimas "hazañas" del antihéroe. Creo que es una novela interesante, pero tal vez no debería darse por supuesto que el sesgo de género deba llevar siempre por un mismo lado; yo ya me entiendo; una mujer puede asomarse e identificarse también con lo socarrón, lo radical, lejos de la dulces y bienintencionada sentimentalidad.. Eso sí, demasiado algo larga y desigual para mi gusto. Pero solo después de atraversarla o mientras lo hacía he podido volver a abrirme a leer casi cualquier novela.



Por enmedio, ha habido lecturas casuales, fruto de mercadillo parisino como el maravilloso "Le chat philosophe", leído en un tramo en coche hacia el campo del Grand Est, cuyas lecciones de savoir vivre decidí tomar como divisa propia (el gato como ese ser mítico que observa y nada espera) y que pude luego regalar a una querida amiga amante de los gatos que nos acogió en un breve oasis sublime-rústico.

 


 O la amena pero poco significativa "La femme infidèle" de Philippe Vilain, que pude leer casi del tirón en las orillas de río Escalda, en Amberes y me supuso un gran rato de descanso y fuga. 



Como curiosidad, aprendí que Vilain autor se trata del ex-amante joven de la gran Nobel  Annie Ernaux, cuya novela sobre su pasión con un chico mucho más joven que ella, "Le jeune homme", había podido leer recientemente.  Curiosamente, la visión de la pasión en el caso de Vilain me ha resultado mucho más moralizadora y pesimista que en el caso de la narración de su maestra (si bien VIlain no cuenta la misma historia).



Otras novelas: me esperaba hace mucho mi adorada Maggie O'Farrell, con su "Retrato de casada". No era para nada como imaginaba, con ese título un tanto condicionador de una mirada problemática sobre una situación civil. 

Al final no se trata tanto de la protagonista casada o no sino de la inmersión en un ambiente tan sugerente como asfixiante de la mujer artista y noble que debe cumplir su destino en la Florencia del Renacimiento. La frustración constante, el ambiente progresivamente sombrío en las relaciones con su (obligado) marido, las posibles vías de fracaso o escape que dibuja O'Farrell son magistrales. La devoré en unos días de horizontes nubosos y dudas y la congoja de la gran Lucrezia logró abrirme puertas como siempre hace O'Farrell. 






Si la lectura de O'Farrell fue sedentaria, la de Gèstern fue del todo nómada (puedo comprobarlo en el estado diverso de sus cubiertas): en un cambio de trenes y después de una larga caminata solitària, cuando ansiaba volver a casa, me vi atrapada en Portbou, con lluvia y heridas en los pies. Lo que iba a ser una desgracia se convirtió en un refugio cuando leí del tirón  esa novela "555" que también me esperaba y me hizo compañía durante la espera y el resto del viaje. 

Gran sorpresa también: la trama humana y musical, el misterio que alberga una partitura, la codicia o pasiones de varios personajes, y la gran fuerza evocadora de la figura de Domenico Scarlatti pudo convertir la lectura en un auténtico regalo.





Otra novela que cayó a mis manos en buena hora también: "La princesa sou Vós" de Blanca Llum Vidal, breve epistolario y juego narrativo que pone al deseo en una retórica imposible y en un juego inteligentísimo donde trata de construir al Otro mediante un puente de palabras vertiginoso. 

Me gustó dejarme arrastrar por la potentísima poesía verbal de Blanca Llum, mientras la alternaba con el tan opuesto, luminoso e ilustrado "Una filosofía del miedo" , ensayo que reinicié por tercera vez, siempre con mucho agrado, y esta vez logré sostener hasta su final, hipnotizada por la bravura a la que invita, aderezada por un sinfín de referencias filosóficas y populares, en un ímpetu para seguir la senda de la ética spinoziana o el buen vivir epicúreo, no exento de responsabilidad ni compromiso con el entorno; un ensayo que me llevó por diversos lugares hasta que me devolvió a la butaca de casa, donde debía acabarlo para centrar en el punto de partida toda su lucidez combativa. Recordé entonces la lectura también de "Confianza en uno mismo" de Emerson que había tenido lugar semanas atrás en un amanecer en Friburgo demasiado prontío, y entendí por qué Castany en otro libro había recomendado también esa lectura.






Finalmente, la huella del último libro es el que ahora mismo me acompaña, "Los nombres impares", de Álex Chico, que me reclamaba también hace tiempo y no dudaba de su interés pero solo ahora he tenido ganas de leer. Un libro que persigue el eterno misterio de la vida y la literatura, focalizada en la figura de Damián Gallego, ¿o no se llama así?, que fuera compañero de Bolaño y vivía en Vallcaraca, ¿o no? La lectura sigue en proceso, como en proceso sigue el mes de septiembre, las fuerzas mentales recobradas para hacerse nuevas preguntas y atreverse a desvelar enigmas cotidianos.



Amable lector, mon semblable, ma soeur, sé que este es un texto muy caótico y sin rigor ni formato alguno, pero he intentado hacer un homenaje a estos libros compañeros mientras les agradecía los momentos y lugares mentales de su conversación conmigo.

Al final, quizás los mejores momentos de las vacaciones quizá no han sido los más pirotécnicos sino "los momentos oceánicos", aquellos donde el lugar parece el único lugar posible, la noción del tiempo desaparece y la mente se enlaza con un sentir y un pensar que nos hace, fugazmente, universales y eternos. 

Que sigamos hablando, leyendo, mirando...


NOTA- Todas las fotografías de esta entrada son tomadas de Internet al azar, no responden a archivo propio real...

viernes, 8 de abril de 2022

Sònia Hernández. De huidas, fantasmas y escritura







Hay muchos motivos para leer “Maneras de irse”, de Sònia Hernández (Terrassa, 1976). El primero, para acercarse a una escritora consolidada, que ha publicado asiduamente poesía, relatos y novela, desde 2006 hasta la actualidad, y que posee una voz particular. El segundo, para adentrarnos en el universo de claroscuros que supone “Maneras de irse”: trece relatos que pueden leerse por separado o en conjunto, como una novela caleidoscópica, que nos muestran diferentes perspectivas de un mundo en descomposición. Hallaremos aquí paisajes intimistas particulares, donde se mezclan el universo de la narradora con la fantasía pura, donde se conjugan todas las maneras físicas y mentales de irse. Unos personajes están deseando fugarse y no lo hacen, o solo mentalmente, otros se desplazan de lugar o domicilio pero no se llegan a ir del todo. El irse también puede indicarnos un estado de extrañamiento exacerbado frente a la vida cotidiana, el día a día regado por exasperantes pececillos de plata domésticos o por llamadas telefónicas de personas relacionadas con el mundo del arte cuya intención es difícil de desentrañar. En la huida hay viajes también, a una mitificada y añorada Lisboa, o a un México fascinante y revitalizador, con personajes entrañables como la “prima mexicana”, y el mezcal y la obsidiana como bombas de relojería. También encontramos escenas fantasmagóricas, como los diálogos espectrales con un muerto (“El león del duelo”) o la narración del abuso en una niña que ha de ausentarse mentalmente en el momento del abuso. En los ambientes de los relatos de Sònia Hernández, pues, se entremezclan la reflexión, el sueño, el recuerdo, lo fantasmal y onírico, en unas atmósferas hipnotizadoras.

Ahora bien, hay un tercer motivo y fundamental para leer este libro: el acceso a estados mentales ambivalentes, que resultan tan extraños como cercanos al lector. En este sentido, destacaría especialmente dos relatos: “La negación del aire” y “Maneras de irse”, que da título al libro. “La negación del aire” nos explica un extraño síndrome, el de olvidarse de respirar (en “Un radical del no” hemos visto también a alguien aquejado de bruxismo, que aprieta excesivamente los dientes). En “La negación del aire” la persona tiene “conciencia absoluta del mundo” y a la vez se halla en un aislamiento del que desea salir y no. Relato construido sin apenas trama, atrapa totalmente por su fuerza poética.  En este olvido de respirar, en esta cesura del fluir de la vida, se produce el aliento de la escritura.  “Maneras de irse” en cambio es un relato con una trama muy concreta y a la vez muy kafkiana: una chica acepta un trabajo donde debe renunciar a todo para cuidar del legado de una casa misteriosa, habitando en ella. Mientras espera más instrucciones sobre su cometido, va recibiendo libros que debe leerse para formarse y entender y cuidar de ese legado. Pero el tiempo pasa y los envíos, la casa y la empresa entera va entrando en decadencia, y la protagonista se ve enredada en una realidad paralela sin sentido. Fabulosa fábula sobre el peso de la responsabilidad, el esfuerzo inútil por dar una forma y una hermenéutica al edificio dejado por otros, al legado de la cultura.

Irse sin querer, o desear irse. Lucha interna, kafkiana, dinámica entre exterior e interior; enredo permanente con sus propios odradeks. En “Maneras de irse”, Sònia Hernández viste con palabras los propios fantasmas, haciéndolos complejos, universales e irresolubles, como sucede en la mejor literatura.


Sònia Hernández, “Maneras de irse”

Barcelona, Acantilado, 2021. 149 páginas.

* Esta reseña apareció en el Heraldo el pasado 10 de marzo de 2022.

lunes, 7 de marzo de 2022

Poemas para un 8 de marzo

 


Recientemente he tenido el privilegio de participar en el libro de artista "La figa", ideado y confeccionado por Georgina Aspa. Un higo que es un recipiente lleno de tesoros, misterios, recovecos y palabras. Puro papel, pura artesanía, pura letra. Para este proyecto realicé estos dos poemas que hoy aprovecho para compartir en el día de la mujer:


HIGUERA

 

Abrir.

Quiero que mis ojos se abran hasta que no puedan más 

y abarquen todo cuanto amé 

y también cuanto no llegué a amar,

lo que entreví y amé en sueños:

todo lo que pueda revivir y descubrir,

como desvestir capas y capas de este higo

hasta el infinito

y ver lo que este ha de enseñarme.

Sobrevolar la nostalgia anticipada

por la vida no vivida

y conquistarla.

 

Quisiera recorrer la totalidad de lugares 

acceder a un lago sin límites de emociones e imágenes.

El mundo entero recorrería

-tengo prisa por hacerlo-

el mundo entero compartiría.


 

Duele tanto lo que no se puede llegar a ver.

 

Quizás podáis acompañarme,

ponerle remedio,

hoy que aún es hoy, que tenemos ganas.

 

El mundo está repleto

de racimos de experiencias innombrables

de instantes y secuencias irrenunciables

tantas como higos tiene una higuera.

 

Atrapo un higo y en él se adivina

la melodía secreta de aquella tarde, aquel amanecer.

En otro higo habita aquel viaje que nunca tuvo lugar

pero pervivirá como vivencia absoluta.

En aquel del fondo se encuentra

el aroma incitante de lo no escrito.

 

Sentaos conmigo bajo la higuera

vosotras, mis amigas, mis hermanas, mis hijas.

Os invito a compartir esta fruta 

sumergirnos en un placer sin nombre

convocando los lugares que no hemos llegado a ver

los higos que no hemos podido avizorar

y los que están todavía a nuestro alcance.

 

Porque hoy no es tiempo de melancolías .

Es tiempo para convocar el mapa

para acariciar la brújula 

que nos conduzca a la higuera

y nos desvele sus higos presentes

los palpables y los más escondidos.

 

Mostradme aquello que tanto atesoráis en silencio,

aquellas vivencias solo vuestras

que nadie podrá nunca arrebatar;

que no sucumbirán a la sequía

y que guardan la delicuescencia dentro:

 

la leve doradura de la verdad propia.

 

 

Tu

 

Digue’m, germana,

no has desitjat sempre el desfici,

la incandescència?

 

No has covat secretament

en les jornades atziagues

el moment on la teva veu

podria brollar a la fi

límpida

sencera?

 

Deessa i reina,

tota tu ets teva

tota tova si vols estovar-te.

Ets tota tu.

 

Guardes en tu

l’essència de la figa

inaccessible,immarcescible i secreta.

 

Irradia en tu una font callada

única.

 

Només tu saps quina és la cambra

on la deliqüescència

palpita.

 

Sadolla a vessar d’eufòria i fortalesa.

 

Escampa-la, esventra-la,

desclivella-la gota a gota,

degustant la seva polpa

en el moment exacte en què l’espera

 s’obre.


jueves, 28 de octubre de 2021

Para niños exploradores y amantes de la naturaleza

 

Errata Naturae, además de su apuesta literaria exigente y heteróclita, presenta últimamente una línea infantil, Pequeños salvajes, que combina a la perfección cualidades diversas que los padres más exigentes desearán para sus hijos: un buen contenido, en una edición atractiva a la par que sostenible y una buena dosis de diversión y entretenimiento.

 “¡EY! Esta es mi casa”,escrito por Blanca Lacasa e ilustrado por Gómez, hará las delicias de los más pequeños de la casa, por lo divertido e imaginativo de las ilustraciones, y también saciará el afán de conocimiento de los no tan pequeños, por la información que condensa sobre los diversos habitáculos donde pueden vivir los animales. En sus páginas hallaremos ilustraciones fantásticas e imaginativas mostrándonos auténticas ciudades subterráneas de hormigas, termitas, mejillones o piojos, donde se incluyen habitáculos como piscinas, bibliotecas, sala de bebés… Hay detalles especialmente cómicos como la ciudad de los conejos, donde predominan las zanahorias en todas sus figuraciones, o el hecho de que los osos necesiten expulsar un tapón fecal después de la hibernación,  En realidad la apuesta original del libro es esta: la de presentar animales con elementos antropomórficos y así ayudar a la mente de los niños a visualizarse a sí mismos con relación a su manera de habitar el espacio. Los animales son como niños y los niños son un poco animales, o de hecho todos los humanos, ¿o no? Y los niños pueden aprender de las mejores cualidades de los animales, como el hecho de que los orangutanes se hagan la “cama” todos los días desde pequeños, o que las termitas se preocupen por airear sus espacios. También podrán dejar volar su imaginación y sentir que son gigantes que necesitan apoyar su bebida en mesas del tamaño de edificios enteros.

Por otro lado, “La vida en el océano” de Julia Rothman (de quien Errata ya publicó anteriormente los fabulosos “Cuaderno de naturaleza” y “La vida en el campo”) más que un libro para leer de un tirón se trata de un manual para aprender sobre la vida que se halla dentro del mar, y todas las curiosidades posibles del mundo marino. Un libro que encantará a niños de siete años en adelante, y que puede acompañar también a los adultos en viajes sin fin. Las ilustraciones son sencillamente fascinantes, y acompañan perfectamente al texto (no es casual que la misma autora sea a la vez la ilustradora) convirtiendo el texto en una auténtica caja de Pandora, una enciclopedia casi tan infinita como llamativa se abra por donde se abra. El libro invitará a niños y adultos a adentrarse en el conocimiento de los océanos, los glaciares, los peces de todo tamaño, la vida natural que se encuentra en las playas o en el fondo del mar. Encontraremos incluso retratada la relación del hombre con el mar: diferentes tipos de pesca, de faros, personalidades que han estudiado o explorado los océano. Y, cómo no, el libro se cierra con una invitación a una actitud responsable de los niños hacia el medio ambiente para frenar el cambio climático. Como curiosidad, Rothman explica que se decidió a embarcarse en este ambicioso proyecto de la vida en el océano a resultas de las cartas recibidas por niños de todo el mundo que, admirados por sus anteriores libros, le pedían un nuevo libro centrado en el mar.

En definitiva, la línea infantil de Errata sigue de cerca el ideario de Errata, puesto que reivindica de forma ejemplar el encanto del mundo natural y a la vez trata de valores fundamentales, como la autenticidad del ser, el respeto a la naturaleza, la capacidad innata imaginativa de los niños, etcétera. No en vano Errata tiene también la colección “Libros salvajes”, donde ha publicado entre muchos otros numerosos libros de Henry Thoreau.

 Padres que deseen educar a sus niños en la lectura más allá de los cánones de Disney o del Youtube, prueben con estos libros. Eso sí, deberán compaginarlos necesariamente con excursiones al aire libre y la exploración de la naturaleza fuera del ritmo que marcan los relojes.

“¡EY! Esta es mi casa”. Blanca Lacasa & Gómez. Errata Naturae.

 “La vida en el océano”. Secretos y curiosidades del mundo marino. Julia Rothman. Errata Naturae.

Errata Naturae. 206 páginas.

* Esta reseña apareció en el Heraldo el 28 de octubre de 2021.

martes, 21 de septiembre de 2021

El deseo de la obra

¿Qué resulta fundamental en la trayectoria de un artista hacia la culminación de su obra? ¿Qué peso tiene un encuentro o la búsqueda interior? A estas preguntas parecen obedecer Un amor al alba e Historia de una novela, ambas de ediciones Periférica. Por un lado, Un amor al alba es una obra de semificción donde la protagonista-investigadora da un salto en el tiempo para averiguar qué sucedió entre la poeta Anna Ajmátova y el artista Amedeo Modigliani en París. Este encuentro fue doble, el primero en 1910, mientras Ajmátova descubría por primera vez la ciudad, de la mano de su marido, en decepcionante viaje de novios; el segundo en 1911, con una Ajmátova ya independizada. Durante estas páginas transcurren las elucubraciones y percepciones de Élisabeth Barillé en pos de su historia. Pero también desfilan la historia de la Rusia de principios de siglo, la búsqueda de la belleza y la libertad de Ajmátova, «una mujer sedienta de absoluto, una lanzadora de bombas»; su progresivo acercamiento a la emancipación creadora. También describe el París meca de artistas bohemios, y la vocación ineludible de Modigliani, su solemnidad y su entrega absoluta a la obra; «él busca el rayo que despierta, la luz que fulmina». Ambos seres debían confluir en un mismo impulso creador, más allá de sus circunstancias, a pesar del hiato epistolar, mientras él veía el rostro de ella en cada piedra. En su reencuentro, la conversación hierve de mutua admiración e inspiración. Ninguno todavía ha visto su arte reconocido, pero el arte de uno irradia al otro como vasos comunicantes. La prosa de Brouiĺlé es sinuosa y evanescente: pasa de la supuesta conciencia de uno al otro, de los testimonios reales que han dejado algunas cartas y escritos a la pura imaginación. Al final poco importa lo que dijeron, ni saber si hubo encuentro físico alguno. Puesto que realmente se trata mucho más que de una historia de amor: el tema es el deseo de creación: el deseo de la autora que persigue las sombras que van a llevarle a existencias apasionantes; y también el de ambos artistas a la zaga de su creación, siguiendo a la vez el rastro de una pasión solo insinuada, solo rozada con la punta de los dedos pero que puede suponer un instante de gracia. Thomas Wolfe nos lleva en cambio por otra deriva: el de la obra como culminación de un camino individual: un destino que se va adelgazando a sí mismo, para después dejarse penetrar por un torrente interior, una plenitud desordenada, que conduce al caos y a la obra. En Historia de una novela, publicado por primera vez en 1936, cuenta en primera persona los avatares que supuso la preparación de su segunda novela Del tiempo y el río (1935), después del éxito de la primera. Y lo que debería ser un proceso relativamente sencillo acaba convirtiéndose en una aventura existencial del más hondo calado, donde todo se pone en juego, donde debe aislarse de todo estímulo y a la vez absorber la multiplicidad de estímulos de la existencia, inclusive la totalidad del alma americana, país cuya voz oirá con más nitidez desde su exilio y aislamiento en Europa. Para culminar su creación, deberá fagocitar todo lo anterior. Se atravesarán marismas, dudas, torturas acrecentadas por la soledad y la obra inacabada. Pero aquí el papel del editor será fundamental para inyectar confianza en el escritor y lograr ayudarle a acceder al espacio textual necesario. Lo más impactante del libro de Wolfe es la forma sencilla y apasionada con la que es capaz de transmitirnos su experiencia creativa, su proceso hasta encontrar su modus vivendi de escritor. El autor se halla atrapado por «aquel deseo insaciable y furioso», por esa «célula flamígera en mi cerebro» que no podría aplacar ninguna sustancia ni persona; ninguna tranquilidad hallaría hasta que habría completado la obra. Y, a lo largo de este camino, por fin entiende de verdad qué supone «asumir la vida de un escritor». En definitiva, dos lecturas arrolladoras, especialmente para aquellos tocados por el fuego de la creación artística. * Este texto apareció en la Revista de Letras el 15 de septiembre de 2021.

viernes, 20 de agosto de 2021

Perderse en el viaje lector: Franco Chiaravalloti y Maria Judithe de Carvalho

 


Siempre he sido una pésima lectora de relatos. Sí, ya sé que requieren de grandes dosis de habilidad técnica, intuición y gracia. Y sí, reconozco la maestría de “cuentistas” como Chejov, Carver, Munro o Lispector. Pero, pese a todo ello, me suele tentar demasiado la necesidad de impregnarme de un universo narrativo complejo, que esa historia me acompañe durante un tiempo más extenso, y a menudo dejo los libros de relatos a medias mientras leo novelas o los leo de modo muy interrumpido, de modo que pierdo la melodía que los cohesiona. Sin embargo, este verano he tenido dos experiencias de lectura de relatos tan satisfactorias, que me han hecho sobrevolar más allá de mis limitaciones lectoras. Se trata de dos escritores y dos libros que aparentemente nada tienen que ver entre sí: el libro del argentino Franco Chiaravalloti afincado en Barcelona, Insular, publicado recientemente en Tres Hermanas (2020), y el libro de la portuguesa Maria Judite de Carvalho Tanta gente, Mariana, escrito originalmente en 1959 y que ahora publica en castellano Errata naturae (2021) en traducción de Regina López Muñoz.

Respecto a Insular, tuve la suerte de acudir al acto de presentación que tuvo lugar en Barcelona a principios de verano, en un momento pletórico de vuelta a la semi normalidad en la librería Byron, con Pablo Martín Sánchez de maestro de ceremonias. Ahí tuve claro que este libro era mucho más que una novedad cuya huella tenía curiosidad por seguir. Se trataba sin duda de un libro refrescante, un viaje no solo por todo el mundo sino también por todo tipo de personalidades y culturas. Chiaravalloti ya había hecho gala en su libro anterior, Esos de ahí fuera, de dos cualidades a mi juicio muy valiosas en un cuentista: la primera, su sorprendente capacidad de situarse en la piel ajena, inmiscuyéndose por igual en personajes femeninos, masculinos, de diferentes condiciones y situaciones, y logrando siempre interesarnos por ello; la segunda, su precisión lingüística, su minucioso trabajo de escultor literario, que posibilita que el lector perciba en la lectura de cada relato que se ha dicho exactamente aquello que tenía
que decirse, sin detalles explicativos enojosos, sin elusiones demasiado pretenciosas: el lector sigue la historia, se le permite identificarse parcialmente con el personaje, y a la vez queda en el relato una zona de sombra perfecta para que el relato siga resonando una vez acabado el mismo. Ambas cualidades, que ya sobresalían entonces, se han agigantado todavía más en Insular. Aquí Franco acomete el exigente reto de situarse en historias pertenecientes a todos los continentes y culturas, algunos de ellos realmente exóticos y excéntricos. Como nos diría en la presentación, en muchos de dichos lugares sí que ha estado personalmente y en otros no. Pero mientras leemos los relatos, no nos importará conocer la implicación exacta del autor con el país. Los relatos están tan suficientemente bien construidos y documentados que valen por sí mismos como un constructo aparte. Se leen con apasionamiento, con el deseo de continuar cada viaje y después de pasar al siguiente. Nos sorprenderemos con la frialdad de la estudiante argentina afincada en Japón que se ha vuelto hipercompetitiva, con la fascinante historia del país insular Tuvalu, siempre bajo la amenaza de desaparecer por la marea. Nos estremeceremos con la muchacha iraní de Meymand y el modo sutilísimo con que se expresa su pasión por el viajero, o con el viaje terrible de una madre y una hija huyendo de un destino
aciago por Malabo, Guinea Ecuatorial. No podremos tampoco dejar de hipnotizarnos por el relato de la exploración en el polo Ártico o los confines desabridos de la isla Tristan da Cunha, isla en pleno océano atlántico dominada por la lejanía de todo. Chiaravalloti nos presenta lugares extraños, liminares, personajes que traspasan un límite, que salen más allá de la normalidad hasta un punto donde no sabemos si van a encontrarse o a perderse definitivamente. Aunque las historias sean muy distantes entre sí, pasaremos con avidez de unas a otras, compartiendo en cada una de ellas esa “tentación por la lejanía”, por lo desconocido, que tanto parece seducir al mismo autor.

En cambio el libro de Maria Judite de Carvalho, dama semi desconocida de las letras lusas, escritora, periodista, cosmopolita, galardonada varias veces en Portugal, pero cuya voz aquí apenas había llegado, sorprende por el modo como cualquier viaje es abortado, cerrado de pies a cabeza. Sin duda la autora en Tanta gente, Mariana, que se compone de una nouvelle con el mismo título y siete relatos breves, deseaba denunciar la situación de la mujer en el Portugal tradicional de los años cincuenta-sesenta, la dificultad de salir más allá de sus condicionamientos y de las convenciones sociales, hecho que podía condenar a tantas mujeres a Regentas “post la lettre”, insatisfechas de por vida. Sin embargo, los destinos de los personajes de Carvalho no son previsibles y sí del todo variados. En común con Chiaravalloti observaremos la capacidad de empatía que se produce por igual con una mujer soltera y sin hijos, con otra que presiente va a ser abandonada por su marido o con un hombre cuya vida ha sido consumida por la abulia y la desesperanza. De hecho sus relatos beben del substrato de una melancolía de fondo, un tono fatalista muy portugués y que nos retrotrae a Pessoa y a las letras de los mejores fados. Sin embargo, en Carvalho, como en Chiaravalotti, predomina la multiplicación en diversas máscaras, y cierto distanciamiento de los personajes, por más que su destino se nos acerque en primera instancia, desembocando en la ironía trágica. La autora recoge diversas situaciones para disponer una lupa gigantesca y presenciar sus más terribles paisajes interiores, sus esperanzas más disparatadas, todo ello con una prosa delicada y contenida. Poco después, cuando el lector ya ha empatizado con los rincones más sombríos del personaje, aleja la lupa de dichas perspectivas para terminar con toda crueldad de un zapatazo con el personaje en cuestión. Todo en Maria Judithe Carvalho es sutileza aunada a humor negro, crueldad, en unos relatos tan inteligentes y bien construidos como los de Franco, de modo que cuando empezamos uno nos familiarizamos con su universo, su música, como si el libro de relatos fuera en realidad una misma novela, un mismo viaje literario a la fatalidad desde varias perspectivas y con un lazo de compasión y cinismo que los aúna a todos. Al acabar los relatos, desearemos fundirnos en una misma aura de nostalgia y fatalidad, asumiremos la abolición de todos los planes y deseos, pero al mismo tiempo nos sonreiremos por el modo como Maria Judithe de Carvalho nos ha hecho sobrevolar por encima de todo ello,para aceptarlo y a continuación dejarlo atrás.

Ahora que se avecina septiembre, ese momento del año donde uno desearía viajar a cualquier sitio y a ninguno a la vez, donde puede uno perderse aunque sea mentalmente mientras enfoca los meses por venir, puede ser una buena ocasión de leer tanto a Chiaravallotti como a De Carvalho.

* Este texto apareció en la revista Kopek Perderse en el viaje lector: Franco Chiaravalloti y Maria Judithe de Carvalho | Kopek (revistakopek.com)

domingo, 4 de julio de 2021

Fernández Mallo: una mirada exótica a la contemporaneidad






El ensayo de Fernández Mallo ‘La mirada imposible’, publicado deliciosamente por WunderKammer, nos seduce desde el principio con su tono narrativo y apelativo, con sus probaturas de forma y de contenido, a la zaga de conexiones peculiares de pensamiento, de motivos y analogías para describir al hombre contemporáneo.

Así, como reza la primera parte, se pregunta por qué «somos seres tropicales», cómo nos adaptamos a las diversas circunstancias, cómo deseamos siempre lo ajeno para constituirnos : necesitamos del arte de la imitación, la representación, el arte del escenario. Eso lo relaciona con potentes imágenes, como Petrarca y el alpinismo. Cuando Petrarca describía su ascensión a los Alpes hacía de ello una anécdota épica. Si escalaba era para luego contarlo, representarlo. Somos seres tropicales, somos seres que necesitamos de un escenario para disfrazarnos, para vendernos. Somos seres también que necesitamos atravesar la quinta pared, hallar un lugar donde escondernos y allí confundir los parámetros entre realidad y ficción. Y en verdad «es en el travestismo donde emerge nuestro más secreto yo»: nuestro disfraz, nuestra máscara, pues, es lo que nos define.

En la segunda parte «Mirar y ser mirados», Mallo describe cómo en la era de la identidad digital la identidad se conforma a través de un haz de identidades que no controlamos, en el magma de la red. Y describe como «mirada imposible» la que trata de captar en su totalidad la realidad; la ausente mirada de Dios, la de una película de David Lynch. Igual de imposible resulta la «identidad autocreada», una falacia, ya que nuestra identidad carece de centro y en realidad no depende de nosotros sino que la construyen «los otros».

Otra de las analogías que realiza es la de la oscuridad y la luz. Y a nivel simbólico establece puentes entre esa experiencia y la del hogar. En la oscuridad de lo indefinido, de nuestra propia imagen, de nuestros propios órganos internos, esto es, nuestro ser más íntimo, necesitamos ser mirados, como demuestra la mirilla de las casas, y necesitamos también dar un punto de salida de la oscuridad corporal, como quedaría representado por el agujero del inodoro. Esas analogías salvajes y únicas nos llevan de sorpresa en sorpresa hasta el desarrollo final del ensayo, donde hace equiparar la oscuridad a la oralidad, que se pierde en la noche de los tiempos, y la escritura a la luz.

Así, en el magma de la identidad contemporánea, donde somos seres tropicales, inquietos, movibles, deseosos de ficción, perdidos en la vida virtual, que no sabemos por dónde ni desde dónde mirar ni mirarnos, al final podemos hallar un resquicio de esperanza en la escritura como portadora de sentido. Un ensayo, pues, bizarro, original, muy tropical en sí mismo, que podría comenzar a leerse con la camisa hawaiana puesta, en un tránsito nómada o en una playa de invierno, a deshora, y que se acabaría con aire meditativo, desde el escritorio de casa, mirando y mirándose uno junto a una taza de café.

Este artículo apareció en el Heraldo de Aragón el 23 de junio de 2021.