jueves, 24 de noviembre de 2016

Narrativas indómitas





Más allá del feminismo

TORBORG NEDREASS Y EDNA O'BRIEN: Narrativas indómitas


Edna O'Brien

Errata Naturae continúa en su empeño de rescatar imprescindibles voces femeninas contemporáneas. Esta vez se trata de la noruega Torborg Nedreass y la irlandesa Edna O'Brien: lecturas compulsivas que nos arrastrarán por los terrenos tumultuosos de la condición femenina y de la sociedad moderna, erigiéndose en un grito contra la desigualdad y la violencia estructural. Quien busque lecturas complacientes y sosegadoras, que no emprenda la lectura de “Nada crece a la luz de la luna” ni de las “Las sillitas rojas”.
“Nada crece a la luz de la luna” es una historia de pasión, dolor y feminismo avant-la-lettre,  a través de una prosa tan delicada como espeluznante, que avanza a modo de confesión, alternando el punto de vista del hombre-testigo y la mujer protagonista. Un hombre encuentra a una mujer en la fría noche de una estación de tren. Esta misteriosa mujer, de actitud oscilante entre el retraimiento y el abandono, se muestra receptiva al desconocido; la noche se hace larga y compartida y entre alcohol y cigarrillos la mujer ofrece su desgarrada historia, que le ha llevado de su pasión e inocencia juveniles al actual deterioro físico y desmoronamiento de ilusiones. En la Noruega de mitad de siglo XX, en un entorno muy convencional y opresivo, la mujer ha tratado de ser consecuente con sus sentimientos, hacia un hombre que bien la ama, bien la desprecia; la historia nos sumerge en unas espirales cada vez más brutales de amor y destrucción, que va haciendo mella en el alma y también en el cuerpo de la mujer, mientras nos muestra las rabiosas desigualdades que la rodean y hacia las que se ve impotente. La novela atrapa por la historia que explica y sobre todo por el modo con que lo hace, alternando lo explícito y la alusión, la voz de la emoción vivida y la visión externa de un ser que se nos escapa de las manos.
Las sillitas rojas”,  se trata de la reciente novela de Edna O'Brien, desconcertante y de gran potencia simbólica. Su inicio nos recuerda a los ambientes descritos en sus primeras novelas: una Irlanda bucólica que subraya la belleza y lo fiero del paisaje, marco de una sociedad dominada por la convención y los prejuicios. Allí aparece un ser enigmático, un curandero de aspecto mesiánico que va a provocar interés e inestabilidad en el pueblo.  En algún momento podemos preguntarnos a dónde va a llevarnos esa exaltación  del extranjero y la descripción de los estragos que hace en las mujeres, y vamos a temer si la novela no va a estancarse en un tópico. Pero ya algunas señales indican que van a desbordarse los cánones de la narrativa pintoresca: la descripción del cúmulo de inmigrantes que residen en Irlanda, su multiplicidad de voces e historias;  la pluralidad de puntos de vista, conjugados con gran maestría para alternar el conocimiento y desconocimiento; la inmersión brusca en los sueños del 'curandero' que nos hacen intuir los horizontes por donde se mueve el personaje. Y repentinamente el horror más absoluto hace su aparición. Y el contraste con la novela idílica anterior lo hace mucho más impactante. La violencia infringida a la mujer y descrita minuciosamente es un eco de la violencia infringida a los pueblos, a las naciones. De golpe ya no se trata de la novela sobre un pueblo irlandés y de los afanes de sus habitantes. Se trata del éxodo de una mujer, Fidelma; y a la vez del éxodo del pueblo Bosnio en su conjunto. Y de tantos éxodos. En un Londres cosmopolita y de gran dureza se encontrarán los abandonados del mundo, mujeres africanas que sufrieron ablaciones y no quieren volver a su país, refugiados de los Balcanes que no pueden alejar de su mente las atrocidades vividas. Fildelma, en su periplo, pasa también por un sufrimiento personal arrasador mientras aprende el sentido de la solidaridad por todos los humillados. La autora nos transmite la fiereza de la condición femenina, su energía indómita para sobrevivir más allá del sufrimiento, mientras nos indica algunos caminos en los que anida la esperanza de la humanidad.

Esta reseña se publicó en el Heraldo el 10/11/2016

martes, 1 de noviembre de 2016

La educación por venir (Botella al mar... II)

Os debía todavía la segunda parte de mis palabras sobre la educación pública, a raíz de la lectura sobre el caso finlandés.
Y os lo envío hoy guiada por las palabras sabias de Nataliza Ginzburg: 

"Por lo que respecta a la educación de los hijos, creo que no hay que enseñarles las pequeñas virtudes, sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero; no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo del éxito, sino el deseo de ser y de saber." (Natalia Ginzburg, "Las pequeñas virtudes". Acantilado.)

Esta frase pronunciada hace cincuenta años resulta aún de gran validez y alumbra a mi modo de entender los caminos por los que ha de transitar la escuela del futuro. Una escuela guiada no por el faro de las pequeñas virtudes, al modo de Ginzburg (ahorro, prudencia, orden, etc), que en realidad constituyen un marco dentro de la zona de confort, que moldea a los hijos para que se adapten al sistema reinante lo mejor posible, sino una escuela cuyo objetivo final sean los grandes valores, a saber: la generosidad, el empuje, el deseo de saber, la curiosidad, el amor a la vida y a las personas y a la propia voluntad, el deseo de dedicarse con pasión a la vocación sin perder nunca de vista al otro.

Pero una educación con tan vasto horizonte es compleja. Necesitamos que la sociedad entera se implique en ello. De hecho ya no hablamos solo de la escuela propiamente sino de la sociedad entera como portadora de unos valores. Para ello, no valen los antiguos paradigmas, pero tampoco hace falta dinamitar todo cuanto existe y desear a ciegas copiar otros modelos, como si en alguno de ellos se hallara la verdad. La única verdad es que la sociedad entera debe volcarse al deseo de educar a las nuevas generaciones.

Como explica Melgarejo en "Gracias, Finlandia", cada modelo de escuela corresponde a un modelo de valores no dicho; por ejemplo, el caso finlandés está orquestado en torno a valores como la equidad, la eficiencia, la responsabilidad, que son valores en auge en Finlandia; en España los valores ocultos serían la libertad y la igualdad, valores muy necesarios del postfranquismo pero que quizás ahora necesitan una actualización para que la educación resultante promueva realmente esa libertad y esa igualdad y no de manera superficial.
Según los modelos reinantes y las acciones políticas que se emprenden, el sistema educativo puede evolucionar hacia diversos escenarios: la escuela como una carga de burocracia (que viene a ser lo sucedido aquí con los constantes cambios de currículum), la escuela como ampliación de modelo de mercado (que es a donde peligra también con el auge del modelo de la escuela concertada y la ilusión de la familia que puede 'elegir' el 'mejor' centro para sus hijos); dichos modelos pueden acabar conduciendo a la desintegración de la escuela como motor de la sociedad, y hasta la institución de una "sociedad en red"

En cambio el único modelo que tiene sentido ahora es el propiciado en Finlandia, el de la escuela como "comunidad de aprendizaje" como núcleo gordiano en torno al cual se articula la comunidad entera. Independientemente de las diferencias culturales, ese es un horizonte al cual sí podemos aspirar. 
En este sentido, muchos actores deberían emprender sus cartas en el asunto. ¿No podrían las televisiones de aquí programar las emisiones sin traducir, con subtítulos, como se hace en Finlandia, para garantizar el máximo conocimiento de idiomas en la población de modo inmediato? ¿No podrían las bibliotecas ser todas de libre acceso para la población, para incentivar la lectura como bien al alcance de todos sin traba alguna?

¿Y los gobernantes? ¿No podrían emprender decisiones más cerca de los ciudadanos? ¿Consensuar una enseñanza entendida como bien público y orientada en el corazón de la comunidad? ¿Propiciar una equidad de verdad, sin multiplicar recursos, implementando la calidad de la base educativa así como promoviendo el prestigio del sistema educativo y del conocimiento mismo? -Puesto que si mejoramos la base e integramos, ahorraremos en recursos para 'atrapar' a los rezagados, a los repetidores. (Recordemos que en Finlandia no hay repetidores y el 84% de alumnos con necesidades especiales se integran en aulas normales.)-

En cuanto al profesorado, ¿no podría optimizarse el mismo y promover su excelencia si se tomaran otras medidas? Menos burocracia a exigirles, menos exámenes y controles y más preparación emocional y rigor. Promover la idea de que ser profesor es un honor por atender a una clientela tan exquisita; que un profesor debe ser siempre un investigador, no un funcionario obediente que repite sin cuestionar las directrices que le vinenen impuestas.
Resulta curioso que en Finlandia no exista la función del inspector, pues no se necesita. La enseñanza está descentralizada para que se adapte al máximo a las situaciones específicas. El curriculum es una suerte de "folleto de consulta" muy general que no limita, que sirve solo de referencia que cada profesor y centro puede aplicar según sus necesidades.La escuela tiene una relación más directa con la comunidad: dependen de municipios, los directores son elegidos por consejos municipales, y los profesores por los directores.). Así la función directiva -que tanto aterra a veces en España- puede al contrario tener sentido, si esas personas son apoyadas y validadas por la misma comunidad.

¿Y las familias? Tampoco las familias pueden quedar ilesas en esta subversión de los paradigmas por nuestras lares. Ya basta de igualdad aparente, "de boquilla". En España, la familia todavía no ha superado el modelo patriarcal. ¿Cuántas familias conocemos aún donde el peso de la organización de la casa y de los hijos es llevado por la madre? El equilibrio en una familia ha de pasar por el cedazo de la corresponsabilidad, donde ambos progenitores se impliquen por igual en el desarrollo de sus hijos, donde se busque siempre la compatibilidad entre las inclinaciones individuales (sean laborales, artísticas, deportivas...) y la responsabilidad doméstica y de cuidados. Si no, ¿qué modelo estamos dando a nuestros hijos? Si los queremos libres para que se realicen y al tiempo queremos que aprendan la responsabilidad, no pueden sino aprehenderlo de los propios padres. Sí, se me dirá, la teoría es muy bonita pero la realidad es diferente; los empleadores son diferentes, las empresas retienen a sus trabajadores hasta las 19 de la tarde y les trae sin cuidado la conciliación. Bueno, sucede todavía. Pero si no tenemos claro que eso no debería ser normal, si no seguimos buscando y exigiendo no conseguiremos dejar eso atrás.

¿Y la sociedad entera? ¿Qué papel juega en todo ello? También se podría argüir que no somos especialmente una "sociedad del conocimiento", aunque sí ha ido aumentando en los últimos años la idea de que el aprendizaje se produce durante toda la vida, también en la vida adulta. Está comprobado en el caso finlandés que a medida que la sociedad adulta se ve motivada a su desarrollo continuo, la estela del conocimiento amplía su capacidad de impregnación en todas las edades, el conocimiento dejando así de ser una tediosa obligación que por fortuna acaba en unos años sino constituyendo un principio deseable sobre el que se asienta la sociedad entera.
(Finlandia detenta el mayor porcentaje de adultos en formación continiuada, en un 56% y ha visto aumentar sus procesos I + D investigacioń y desarrollo los últimos años) .

En resumen, el ejemplo finlandés nos muestra que los engranajes familiar, sociocultural, escolar no pueden ir cada uno por una vía: tienen que ir todos a una y promover los mismos valores para que la ecuación funcione.

Por último, me digo yo tras leer a Melgarejo, ¿qué podemos hacer para favorecer el advenimiento de la educación que queremos, nosotros, padres noveles entusiasmados por nuestros hijos?

Primero, entender que la inversión en hijos y en educación es la mayor riqueza a la que podemos aspirar... Por ello, deberíamos intentar dentro de nuestras posibilidades dedicar tiempo a los hijos, no delegar, acompañar cuanto podamos sus salidas y entradas del cole, sus preguntas, sus reflexiones del día a día, sus momentos donde el juego lo es todo y no tiene límites; leer y aprender a su lado; priorizar compartir con ellos, delegar preferentemente otras cuestiones que no exijan lo mejor de nosotros.

En cuanto a la conciliación profesional, confiar por un lado en que el estado se ocupe menos de reformar leyes educativas y más en repensar la base humana y de tiempo sin la cual la educación de calidad no es posible. Emprender la lucha laboral activa si es necesario. Participar en la formación continua de la sociedad. Plantearse las jornadas intensivas tanto en trabajos como en colegios para que quede una parte del día abierta al descubrimiento del mundo en familia, que no sea el día a día una carrera contra reloj, cada miembro de la familia por caminos diversos hasta el encuentro en el agotamiento final, donde la receptividad mutua es imposible. 

Y sobre todo, creo yo, está en nuestras manos pensar que es posible. Participar de la belleza de aprender. Podemos vivirlo en nosotros mismos y transmitirlo. Compartir con ilusión las vivencias de nuestros hijos en el cole en conversaciones interminables. Ver el maestro como nuestro aliado;  interesarnos por todo, lo que nos gusta, lo que nos disgusta, con la sonrisa del que confía, del que espera que lo que ya está bien se seguirá haciendo bien, que lo que no está bien se hará cada día mejor. El poder de la emoción transmitida es fuerte. ¿Tal vez nuestra benevolencia hacia el maestro le dará alas?

En fin, si queremos participar en el advenimiento de la educación que deseamos, cabe recordar que el microclima de la escuela es el eco del anfiteatro del mundo, y esa es la dificultad y la gracia de la escuela pública. Dejémonos de aspirar a ideales: las sombras que hallaremos en las aulas son ecos de las sombras que hallarán nuestros hijos en el mundo; la divergencia un reflejo de la variedad de perfiles y opiniones que encontrarán en el camino. Toda la variedad del mundo cabe en una aula. Y si queremos que eso sea un motor positivo de crecimiento, la tolerancia  y la apertura es lo que debemos inculcar en nuestros hijos, para que todas las posturas, todas las personalidades y juegos quepan en su corazón. Para que ese mini escenario actúe en pro de la inserción de todos en una comunidad de apoyo y participación mutua. Para que el día de mañana ese mismo esquema de multiplicidad y ductilidad les acompañe y les haga seres generosos, múltiples, fluidos. Y nosotros habremos aprendido también lo que nos faltaba durante el trecho del camino que les hayamos acompañado.