lunes, 6 de julio de 2015

En el vértigo de la espera

Estar embarazada de ocho meses te pone en una disposición de ánimo particular.

Hay algo que sucede en tu cuerpo que ya no admite excusa ni escapismo alguno: tu barriga está inflada que parece que vaya a reventar. No puedes andar cómodamente si no arqueas la pelvis para alojar mejor el peso. Cada vez que comes alguien ejecuta una suerte de baile tribal en tus carnes. El calor te pone en estado de trance y el bajo vientre reclama frecuentemente horizontalidad relativa.
A los ojos de la gente, tú ya no eres tú sino una barriga a una mujer pegada. ¡Qué barriga ya! Falta poco, ¿no? ¿Cómo llevas el calor? Serán algunos de los más frecuentes inicios de conversaciones de las próximas semanas. Sonríes mientras caminas a paso de pingüino y dices que sí, a todo que sí, y que poco a poco y que a ver qué pasa...
Hasta aquí todo previsible, todo plácido y que parece que se culminaría con aquello de "a ver si sale ya" y se acabara ya todo, las molestias, la espera, los pasos patosos, la dificultad de atarse los zapatos, la impotencia ante los impulsos  de una niña de dos años que quiere jugar encima de tu barriga.

Sin embargo, cada vez que alguien te dice: "Saldrá ya en cualquier momento", sientes un escalofrío. Y es que a la vez quieres que salga y no. Deseas tener a este bebé en brazos y verle la cara y dejar que empiece una nueva fase donde perderás de nuevo la noción del tiempo y el universo será tu casa, los minutos, el pecho que se entrega, la boca que se abre. Y viceversa, otra parte de ti desea que se alargue como un chicle este tiempo de impasse y poder todavía ser tú, aun horizontal o con paso de payaso borracho. Dedicarte a leer y a escribir sin testigos, permitiendo que tu mente se ensanche y dé pábulo a todas sus solicitaciones. Dejar que el día se alargue mansamente al ritmo que marcan los caprichos de tus carnes, al son de tantas pequeñas cuestiones pendientes que se van soldando casi imperceptiblemente, aunque nunca del todo. Concentrarte en el presente y evadirte de él a partes iguales. Acariciarte la barriga y preguntarte cómo irá todo y si vendrá antes o después. Qué sentirás al ver su cara. Si estarás preparada y tendrás un parto de leyenda épica o más bien de sainete, del que te reirás dentro de un tiempo. Si lograrás disfrutar de los próximos meses, ser un poco todavía tú, o te perderás en una vorágine de tareas domésticas sincopadas al ritmo del llanto o del reclamo. Si el cambio de ser tres a cuatro será feliz o desquiciante o  a ratos. Si habrá cosas que cambien para siempre y si las echarás de menos o no.

Ahora en la espera todo es posible, hay cabida para todas las experiencias y todos los futuros recuerdos. Una vez se desencadene lo inevitable, todo tomará una dirección desconocida, se supone que halagüeña, pero ya solo una. Y es tan inquietante como intenso esto de estar a la espera, colgando del vacío. Esperando como quien está aguardando en la estación que llegue el tren que le ha de llevar al destino elegido con los ojos cerrados. Esperando como el reo su condena inevitable que no admite ya réplica. O  como quien alberga una esperanza hacia una más alta felicidad apenas imaginada. En esos segundos antes de coger el avión y que este despegue. Confabulando miedo y confianza en un mismo cócktail de hormonas.

No hace falta estar de ocho meses para sentir esto. Todo es posible siempre, y podríamos volvernos locos de estremecimiento si lo pensáramos a cada instante. Pero solo es en momentos como este que una no puede escapar de ello, y no puede más que tratar de prepararse cada día a la vez para que pase algo, para que no pase nada.

Ojalá pudiera vivir siempre así, embarazada de ocho meses, enmarañada en la galaxia de lo posible.

Froto la barriga como lámpara mágica y le pido que me perdone, y que sea lo que tenga que ser. O, como dice mi padrina, "que sigui lo que més convingo".

jueves, 2 de julio de 2015

Del uso de la ironía: "Chicas felizmente casadas". (Edna O'Brien).

¿Recordáis a la gran Edna O'Brien de la que os hablé hace algunas entradas? Pues tuve ocasión de leer la continuación, "Chicas felizmente casadas", que me resultó sorprendente y sobrecogedora. Si en en algún momento cabría tildar un título de novela de irónico, este sería un gran ejemplo. Ahí va la reseña que apareció en el mes de abril en el Heraldo de Aragón.



Que nadie se llame a engaño. “Chicas felizmente casadas” no es una comedia amable donde se nos dibujan los avatares de unas graciosas mujeres en su dorada segunda juventud o primera madurez, estilo “Sex in the city” o “Desperate Housewives”, como su título podría hacernos creer. De hecho, la traducción “Chicas felizmente casadas” solo refleja pálidamente la ironía subyacente en la expresión inglesa “Girls in their married bliss”, que sería algo así como “chicas en su bendición matrimonial”.
Edna O’Brien continúa aquí la labor iniciada en las dos novelas anteriores de la trilogía, “Las chicas del campo” y “Las chicas de ojos verdes” donde se retrataba a Kate y Baba, hijas de la Irlanda más rural, católica y recalcitrante, que, a mitad del siglo XX, trataban de huir de sus condicionamientos y construirse una vida plena de amor y proyectos como habían soñado.
Ahora continuarán las andanzas de ambas chicas, ya mujeres casadas y residentes en Londres, la ciudad donde todo parece posible.
Sin embargo, Edna O’Brien nos reserva dos sorpresas estructurales en el desarrollo de la novela.
Para empezar, la cuestión de sus matrimonios y destinos es ventilada en unas pocas páginas al comienzo de la novela; de modo que pronto vemos que el peso del relato no va a recaer en el consabido “chica busca a chico” que termina en el happy end del matrimonio, sino en las sendas más siniestras de unos matrimonios fallidos y unos sueños de amor e independencia descuartizados, ofreciéndonos la cara más sombría del romanticismo al uso.
Por otro lado, si hasta ahora predominaba el punto de vista de Kate, la mujer sensible, cultivada y razonable, para la que el lector auguraba un futuro prometedor, ahora sin embargo esta perspectiva se alterna con la de Baba, la aquí predominante, la cual teníamos por alocada y superficial y ajena a una comprensión profunda de la vida; nos sorprrenderá y conquistará la inteligencia cínica de Baba, en contraste con una conciencia cada vez más borrosa y difusa, la de Kate.

Un relato sin duda apasionante como los anteriores, y además feroz, descarnado, que no duda en ahondar en las contradicciones en que tan a menudo se han bañado los ideales de una mujer que se cree moderna y aún ha de traspasar tantas barreras y auto limitaciones. Desazonador. Corrosivo. Imprescindible.